2 de junio de 2011

Alocución al Sacro Colegio en el onomástico de Su Santidad (2 de junio de 1943)*


Hace un año, venerables hermanos y amados hijos, la vigilia de la Ascensión coincidía con el vigésimo quinto aniversario de nuestra consagración episcopal, eterno y sacrosanto sello de Nuestra alma. En aquella ocasión non dejamos escapar la oportunidad de dirigir la palabra a todos Nuestros hijos, oprimidos por graves angustias, sedientos de verdad y necesitados de consuelo, indicando, tanto a ellos como a la humanidad entera, los senderos que conducen a las “fuentes de la salvación” (Is. XII, 1), en las que saltan perennes y abundantes a la sombra de la roca de Pedro las aguas que sacian la sed, que purifican y vivifican.



La misma vigilia este año concurre con la festiva conmemoración del manso y santo pontífice Eugenio I, Nuestro predecesor y patrono, en honor de cuya venerada memoria el amor generoso de los fieles del orbe católico ha proporcionado los medios para erigir un templo, digno de la Ciudad Eterna, en uno de los barrios de la Urbe, donde vive, se densifica y se incrementa un nuevo pueblo en ventaja del cual podrá así más fácilmente ejercitarse el ministerio pastoral. Y de esta misma aurora se hacen eco las voces que se alzan suplicantes en el retorno de las Rogativas y son una singular manifestación de piedad y de amor. A tan sagrados recuerdos vosotros, al hacernos el precioso regalo de vuestra presencia, habéis querido añadir –a través de los labios del venerable Decano del Sacro Colegio, a quien casi un siglo de vida no ha quitado ni disminuido el ardor de la laboriosidad y del celo– fervientes y devotas felicitaciones, que se unen en armonía con las plegarias litúrgicas de estos días, las cuales en las vetustas basílicas tanto como en las iglesias remotas, se elevan al trono de Dios, como oloroso incienso, para aplacar su justicia e invocar su clemencia, infundiendo la dulce esperanza que sea escuchada la imploración del pueblo cristiano.



Expectativas de acontecimientos



En estos tiempos de angustias para el mundo entero, venerables hermanos y amados hijos, ¿cómo no íbamos a acoger con vivo agradecimiento vuestras plegarias y vuestros votos, como regalo espiritual y como consuelo, al presagiar como lo hacemos pruebas cada vez más difíciles a las que se podrá encontrar expuesta la Iglesia? Pero, seguros de la devoción y de la fidelidad inquebrantable de vuestro espíritu para todo lo que la Esposa de Cristo siente, quiere y obra, Nos hacemos frente animosos y con plena confianza a los futuros acontecimientos sin cansarnos ni flaquear en el socorro y consuelo a Nuestros hijos de toda la humanidad, indicándoles el sendero estrecho que conduce a la tierra prometida de un provenir bendecido por Dios y digno del hombre, en el cual –queremos confiar en que no demasiado tarde– la Iglesia pueda repetir con el corazón lleno de alegría y de reconocimiento: In columna nubis ductor eorum fuisti per diem, et in columna ignis per noctem” (II Esdr.
IX, 12).



Solicitud de la Iglesia al prolongarse el conflicto armado



Pero la prolongación del conflicto armado, el incremento febril de los artefactos de guerra, la progresiva intensificación de los métodos bélicos hacen que la misión sobrenatural y pacificadora de la Iglesia choque contra dificultades e incomprensiones, desconocidos e insospechados en tiempos pretéritos, y que se convierten en peligros para Ella y para su obra.


Frente a tales obstáculos, la Iglesia no olvida nunca la responsabilidad que pesa sobre Ella para el cuidado de las almas, siente vivo el deber de prevenir y disipar todo intento de quien pretendiese ofuscar la pureza de su doctrina y de su enseñanza, restringir la universalidad de su misión, negar el abierto desinterés de su amor, que, sin embrago, se extiende con igual solicitud a todos los pueblos, como si Ella se dejase atraer y arrastrar por el torbellino de ideales exclusivamente terrenos y en la vorágine de contrastes puramente humanos. No será, pues, difícil, venerables hermanos y amados hijos, para la perspicacia de vuestra inteligencia y para la intensidad de vuestro amor y de vuestra adhesión el ponderar y medir mejor que otros con cuánta carga se ha incrementado en semejantes circunstancias el peso de Quien, en nombre de Cristo y por mandato suyo, tiene la misión de hacerse todo a todos, en la “lucha de todos contra todos”, para ganar a todos para Dios.


Sabedores y conscientes de la universalidad de estos Nuestros sentimientos paternos, habiéndonos sido confiado el gobierno de la Iglesia de Dios en un tiempo en el que maduran los frutos amargos de falsas teorías antiguas y recientes, consideramos que es Nuestra alta y principal tarea la de defender y salvar la herencia espiritual de Nuestros santos e iluminados predecesores y la de denunciar, con verdad pero con amor, los errores que están en la raíz de tantos males, a fin de que los hombres se guarden de ellos y vuelvan al camino de la salvación. Haciendo lo cual, así como dirigiéndonos en Nuestros mensajes al mundo entero, no es ni ha sido nunca Nuestra intención lanzar acusaciones, sino, al contrario, llamar a los hombres al camino de la verdad y de la salvación: la Nuestra ha sido la voz de la guarda vigilante, suscitada y puesta por Dios para tutelar la familia humana; fue, en vísperas del atroz conflicto, el grito que irrumpía del corazón paternal angustiado y partido por la previsión de la inminente catástrofe, pero inspirado por el amor hacia todos los pueblos sin distinción, por el amor de Cristo, que todo lo vence y todo lo supera y que a Nos mismo impulsa e inflama (cfr. II Cor. V, 14). Hoy, cuando todos ven y experimentan a qué espantosas tragedias ha conducido la guerra, muchos intelectos y muchos ánimos, que consideraron y reputaron el llamado a las armas como más promisorio en ventajas y más honorífico que el sabio intento y la cooperación (por medio de mutuas y leales concesiones) para una noble concordia, se abren a nuevos pensamientos y muy diferentes sentimientos.


Cuando aún callaban el fermento y la violencia de las pasiones y en la vida de los pueblos se hallaba vigente un mayor sentido de fraternidad y de confianza, la voz del Sumo Pastor podía libremente llegar a todos los fieles, directamente y también gracias al cuidado y a través de los labios de sus obispos, no obscurecida, ni mutilada ni malinterpretada; y la evidencia misma de los hechos, no menos que la claridad misma del lenguaje, valían y bastaban para debilitar e inutilizar los intentos de alterar o desvirtuar la palabra del Vicario de Cristo. Si ello ocurriera también hoy sin impedimento, todos los hombres honestos y de buena voluntad tendrían el medio y la facilidad de cerciorarse de que el Papa tiene para con todos los pueblos indistintamente y sin excepciones tan sólo “pensamientos de paz y no de aflicción” (Ier. XXIX, 11).



Sufrimientos de los pueblos por razón de nacionalidad o de raza.
Las pequeñas naciones



Por otra parte, no os maravillaréis, venerables hermanos y amados hijos, si Nuestro ánimo responde con solicitud especialmente diligente y conmovida a los ruegos de aquellos que se dirigen a Nos con mirada de ansiosa imploración, atormentados como son por razón de su nacionalidad o de su raza, por grandes desgracias y por más agudos y graves dolores y destinados a veces, incluso sin culpa, a constricciones exterminadoras. ¡No olviden los que rigen a los pueblos que aquel que (para usar el lenguaje de la Sagrada Escritura) “lleva la espada”, no puede disponer de la vida y de la muerte de los hombres sino según la ley de Dios, de Quien viene toda potestad (cfr. Rom. XIII, 4)! Nuestro pensamiento y Nuestro afecto corren hacia las naciones pequeñas, las cuales, por su posición geográfica y geopolítica, están expuestas y abiertas a ser arrastradas por las contiendas de las grandes potencias y a asistir en sus territorios, convertidos en teatro de luchas devastadoras, a indecibles horrores, incluso entre los no combatientes, y al exterminio del la flor de su juventud y de sus personas cultas. No esperéis que expongamos aquí detalladamente todo lo que hemos intentado y procurado emprender para mitigar sus sufrimientos, mejorar sus condiciones morales y jurídicas, tutelar sus imprescriptibles derechos religiosos, subvenir a sus estrecheces y necesidades. Cada palabra dirigida por Nos a este propósito a las autoridades competentes y cada pública alusión Nuestra, han debido ser seriamente ponderadas y medidas por Nos en interés de los mismos sufrientes, para no volver sin querer su situación más grave e insoportable. Desgraciadamente, los mejoramientos visiblemente obtenidos no se corresponden con la grandeza de la solicitud maternal de la Iglesia en favor de estos grupos particulares, sometidos a las más acerbas desventuras; y, como Jesús delante de su ciudad hubo de exclamar con dolor: “Quoties volui! . . . et noluisti!” (Luc. 13, 34), así también su Vicario, aunque piediendo tan sólo compasión y retorno sincero a las elementales normas del derecho y de la humanidad, se ha encontrado a veces ante puertas cerradas que ninguna llave ha sido capaz de abrir.


Grandezas, dolores y esperanzas del pueblo polaco


Al confiaros estas amargas experiencias, que han hecho sangrar Nuestro corazón, no olvidamos ni uno solo de los pueblos que sufren, es más: los recordamos a todos y a cada uno con compasión y afecto paternales, aunque llamemos en este momento vuestra atención en modo especial sobre la trágica suerte del pueblo polaco., el cual, rodeado de poderosas naciones, yace en medio de las vicisitudes y de los vaivenes de un ciclónico drama de guerra. Nuestras enseñanzas y Nuestras declaraciones tantas veces repetidas no dejan ninguna duda sobre los principios con los que la conciencia cristiana debe juzgar semejantes actos, sea quien fuere que aparezca responsable. Nadie que conozca la historia de la Europa cristiana puede ignorar u olvidar todo lo que los santos y los héroes de Polonia, sus estudiosos y pensadores han aportado para construir el patrimonio espiritual de Europa y del mundo; y cuánto también el sencillo pueblo polaco, con el silencioso heroísmo de sus sufrimientos a través de los siglos, ha contribuido al desarrollo y conservación de una Europa cristiana. Y Nos imploramos de la Reina celeste que a este pueblo tan duramente probado y a los demás que junto con él han bebido el cáliz amargo de esta guerra, les sea reservado un porvenir que iguale la legitimidad de sus aspiraciones y la grandeza de sus sacrificios, en una Europa renovada sobre fundamentos cristianos y en un consenso de Estados exento de los errores y desviaciones del pasado.


Renovada exhortación a la observancia de las leyes morales y de los principios de humanidad en las acciones bélicas



No menos penoso y deplorable, venerables hermanos y amados hijos, es que a menudo en esta guerra el juicio moral sobre algunas acciones contrastantes con el derecho y con las leyes de la humanidad se haga depender de la pertenencia de quien es responsable de ellas a una u otra parte del conflicto, sin consideración a la conformidad o desacuerdo con las normas sancionadas por el Eterno Juez. De otro lado, el incremento de la técnica de la guerra, el consolidamiento progresivo de los medios de lucha que no diferencian los “objetivos” militares de los no militares, reclaman por ellos mismos el ánimo a los peligros que encierra en sí la triste e inexorable carrera entre accion y represalia, en perjuicio no sólo de los pueblos particulares sino de toda la comunidad de las naciones.


Nos, que desde el comienzo hemos hecho cuanto estaba en Nuestro poder para inducir a los beligerantes a respetar las leyes de la humanidad en la guerra aérea, sentimos el deber, en provecho de todos, de exhortar una vez más a su observancia.
Incluso en el momento en el que el espectro de loa más horrorosos instrumentos de destrucción y de muerte se asoma para tentar las mentes de los hombres, no es superfluo advertir al mundo civil que está caminando sobre el borde de un abismo de desgracias inenarrables.


Invocación a la paz



¿Cómo, venerables hermanos y amados hijos, podría de tales métodos de geurra surgir después una paz de justicia, de entendimiento, de humanidad y de fraternidad? Sin embargo, no creemos estar equivocados al pensar que el anhelo y la voluntad de una paz semejante une en un espiritual vínculo, que traspasa toda barrera de frontera, de lengua y de raza, un gran número de almas, prontas al sacrificio y a la concordia; desengañadas de los frutos de la violencia, muchas de ellas se han encaminado, en lo íntimo de su pensamiento, hacia la idea de una paz que honre la dignidad humana y las leyes morales.
¡Oh paz, oh paz!
¿Cuándo resonará de región en región, de océano al otro, tu nombre y brillará tu rostro sobre la faz de la tierra? ¿Cuándo la aurora de tu sonrisa alegrará a los pueblos y a las naciones? ¿Y cuándo sobre las armas depuestas y en el silencio de los cañones te encontrarás con la justicia y, con sincero y concorde afecto, la besarás en la frente? No lo dudéis, venerables hermanos y amados hijos: de todos modos llegará la hora de Dios, de Aquel que dijo al mar: “Hasta aquí arribarás y no pasarás más allá, y aquí quebrarás tus orgullosas olas” (Iob.
XXXVIII, 11). Hoy perdura la hora de la sumisión a los impenetrables y sabios designios de Dios; la hora de invocar con perseverancia la multitud y la grandeza de sus misericordias. Por eso, Nos deseamos que aquella porción sana que es buen fermento de concordia en todo pueblo y especialmente los que están unidos por el nombre de Cristo y cifran en la plegaria las mejores esperanzas no dudarán en el momento propicio en poner en acto todas las fuerzas de su celo y de su voluntad para sacar a la luz de las ruinas del odio y promover el futuro de un mundo nuevo, en el cual todas las naciones, curadas de las heridas abiertas por la violencia, se reconozcan como hermanas y avancen en armonía por el camino del bien.



No es ciertamente tal el espíritu que en el presenta predomina en el mundo y aletea sobre la humanidad que persiste en la lucha; ni se ve surgir todavía el albor de aquel día; contra toda ansia y deseo de vida, vivimos y sufrimos hasta ahora en medio de la muerte. Por eso, Nos, íntimamente persuadido como lo estamos de la debilidad e insuficiencia de todo medio terreno y de los humanos recursos, juntamente con vosotros, venerables hermanos y amados hijos, con todo el Episcopado, con los sacerdotes y los fieles del orbe católico, Nos dirigimos con tanta mayor confianza al Sacratísimo Corazón de Jesús, “horno ardiente de caridad”, “rey y centro de todos los corazones”, al que la Iglesia consagra el mes que acabamos apenas de iniciar.
¡Que “el incendio del divino amor” (San Buenaventura: De praeparatione ad Missam c. I par. 3 n. 10 - ed. Quaracchi, tomo 8, p. 102), que arde en aquel Corazón divino, nos indique el camino de la verdadera paz a un mundo en guerra, como “columna ignis per noctem”! Y que el Mismo « cui omne cor patet, et omnis voluntas loquitur, et quem nullum latet secretum » (para quien todo corazón queda al descubierto y toda voluntad habla y nada permanece secreto) ilumine e inflame las mentes y los corazones de aquellos en cuyas manos está la suerte de las gentes, a fin de que reconozcan que nada más grande pueden ofrecer a los pueblos ni más noble ni más necesario, nada más glorioso ni más benéfico, que el ramo de olivo de esa paz, que, junto con la mayor y más segura tranquilidad, preserve a todos del retorno al sangriento diluvio de la guerra y garantice, como arcoíris de un imperturbable porvenir, el acuerdo de justicia y de equidad para la acción generosa de cuantos aman colaborar con noble y consciente lealtad en establecer la fraternidad universal del género humano. Con este auspicio y con esta plegaria, impartimos a vosotros, venerables hermanos y amados hijos, a todos los que están unidos espiritualmente con Nos, y sobre todo a la multitud innumerable de los que sufren, de los angustiados y oprimidos, que marchan resignados por las vías del dolor, desde la plenitud de Nuestro corazón paternal, como prenda de copiosas gracias divinas, la Bendición Apostólica.



* Discursos y Radiomensajes de Su Santidad Pío XII
, V (Quinto año de pontificado: 2 de marzo de 1943 a 1º de marzo de 1944, pp. 73-80). Tipografia Poliglotta Vaticana.



Texto original italiano:

http://www.vatican.va/holy_father/pius_xii/speeches/1943/documents/hf_p-xii_spe_19430602_onomastico-pontefice_it.html



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