11 de diciembre de 2008

Homilía del Sr. Nuncio Apostólico en la solemne misa celebrada en Madrid por Pío XII

Foto cortesía: Dª Dolores de Lara


50º Aniversario fallecimiento Pío XII
Parroquia de la Concepción de Nuestra Señora



Madrid, 19 de noviembre de 2008.


Ecl 2, 1-11
1 Pe 1, 3-9
Jn 10, 11


Reverendo Señor Párroco de la parroquia de La Concepción de Nuestra Señora,
Sacerdotes concelebrantes,
Hermanos y Hermanas en Cristo:

1. “El buen pastor da la vida por sus ovejas”, hemos escuchado en la lectura del texto del evangelio. Este Buen Pastor es el Señor Jesús. Es Él quien da la vida por nosotros. No le es indiferente nuestra vida, nuestro modo de ser y de actuar, nuestro bienestar, nuestra felicidad eterna. Digámosle que queremos escuchar su voz, acoger su palabra y darle espacio en nuestra inteligencia y en nuestro corazón.

En este momento deseo presentar a todos y a cada uno de ustedes el saludo cariñoso y la bendición de Su Santidad Benedicto XVI, a quien humildemente represento en España.

Querría, además, congratularme con el Rvdo. Sr. D. José Aurelio Martín Jiménez, Párroco de la Concepción de Nuestra Señora, y con el Sr. D. José Carlos de Goyeneche y Vázquez de Seyas, representante en Madrid de la Asociación Sodalitium Internationale Pastor Angelicus, quienes han tenido la feliz iniciativa de promover la celebración de este 50º aniversario del tránsito del siervo de Dios Pío XII, tránsito que nos hace pensar en el nuestro.

Les invito, ahora, a una breve reflexión sobre las lecturas litúrgicas de esta celebración eucarística.

2. El texto del Evangelio nos presenta al Señor Jesús como el Buen Pastor. “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”.

La meditación de este entrañable texto ha sido y continuará siendo motivo de profunda alegría interior. Refleja la amorosa solicitud de Dios por cada uno de nosotros. Nos creó como seres libres. Pero nuestra vida no le es indiferente. Se interesa por nosotros, como un buen padre o madre, por lo que afecta a sus hijos.

“Yo soy el buen pastor”. “Yo soy”.

Para el Señor no hay pasado ni futuro. Todo es presente. Ayer como hoy, tiene cuidados solícitos por cada uno de nosotros. Nos nutre con su palabra, con sus sacramentos y, particularmente, con la Eucaristía, pan de vida eterna.

“El buen pastor da su vida por las ovejas”.

El mercenario ve venir el lobo, es decir, las dificultades, y huye. No le preocupa el bien de las ovejas, sino su propio bien. El buen pastor se gasta, se consume, da la vida por sus ovejas. El Señor Jesús sufrió por nosotros. Nos dejó el ejemplo de cómo afrontar los ultrajes, las tribulaciones, la cruz, la muerte, hasta llegar a la gloria eterna.

“Conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí”.

El Señor nos conoce a cada uno de nosotros, por dentro, por nuestro nombre. Nos llama, nos conduce, si nos dejamos guiar. Él es el camino cuyo término es la vida eternamente feliz en la casa del Padre.

“Tengo otras ovejas que no son de este redil”.

Su solicitud no tiene límites. Abarca a todos cuantos son sensibles a los signos que les va enviando. Son muchos los casos de personas que vivían lejos de los caminos del Señor y han cambiado de rumbo, desde San Pablo, San Agustín hasta Edith Stein.

Al timón de la Iglesia, querida y fundada y conducida por el Señor Jesús, después de su ascensión, quedó el apóstol Pedro. Él es ejemplo de la persona que, sensible a los signos de Dios, acepta la invitación del Señor Jesús, deja la comodidad de su trabajo, acoge su palabra, le sigue y transmite las enseñanzas del Maestro Divino desde Tierra Santa hasta la capital del Imperio Romano, en la cual daría su sangre en testimonio de la fe que profesaba.

En la primera lectura hemos escuchado un texto de su primera carta. Dándose cuenta de las dificultades que asolaban la vida de las comunidades cristianas en diversas regiones de Asia Menor, san Pedro les escribe animándoles a mantenerse firmes en la fe. La fe en la palabra del Señor Jesús y en la esperanza de la vida futura, “la esperanza viva a una herencia incorruptible […] reservada en los cielos”. Esta esperanza segura de la herencia eterna ha dado a los cristianos y nos da también a nosotros la fuerza necesaria para superar con alegría las dificultades, pequeñas o grandes, que encontramos en nuestro camino, para llevar nuestra cruz que conduce a la gloria eterna. San Pedro, buen pastor, dio la vida por sus ovejas, martirizado en el tiempo del emperador Nerón.

3. Pío XII siguió el camino de sus predecesores, desde San Pedro. Es un enriquecimiento congregarnos para recordar su figura, su incansable trabajo en los momentos sumamente difíciles en que le tocó vivir, para traer a la memoria su plena dedicación a la tarea que le fue confiada y sobre todo, para rezar por el exitoso resultado de la causa de su beatificación, como señaló Su Santidad Benedicto XVI en la Misa de sufragio celebrada en la Basílica de San Pedro, el día 9 del recién pasado mes de octubre.

El Papa Pablo VI, en 1965, anunciando el inicio de las causas de canonización de sus predecesores Juan XXIII y Pío XII, dijo que de este modo quedaría satisfecho el deseo manifestado por muchos que les han conocido y, asimismo, se aseguraría para la historia el patrimonio de la herencia espiritual de ellos. Se evitaría también que ningún otro motivo sino el culto de la verdadera santidad, es decir, de la gloria de Dios y de la edificación de su Iglesia, resplandeciera en la auténtica figura de estos grandes Papas.

Pío XII, seguidor de las huellas del Buen Pastor

El Papa Pío XII nació en Roma el día 2 de marzo de 1876, hijo de la familia Pacelli, de la nobleza pontificia, y recibió el nombre de Eugenio. Ordenado sacerdote el día 2 de abril de 1899, prestó servicio a la Santa Sede durante 57 años, es decir, desde 1901 hasta 1958. Inició su labor en el pontificado de León XIII y continuó en el de San Pío X, Benedicto XV y Pío XI. Fue elegido Papa el día 2 de marzo de 1939. Después de 18 años de pontificado, partió para la casa del Padre el día 9 de octubre de 1958, a la edad de 82 años.

El día 13 de mayo de 1917, día de las apariciones de la Virgen en Fátima, Eugenio Pacelli, fue ordenado obispo en la capilla Sixtina por el Papa Benedicto XV que le había nombrado Nuncio Apostólico en Munich. Era el único representante pontificio en los territorios alemanes. En el encuentro mantenido con Guillermo II, le manifestó la preocupación de la Santa Sede por la prolongación de la guerra, por el aumento del odio, de la destrucción, de la desolación y de la inmoralidad. El suicidio de la Europa civil y el retroceso en valores humanos era claro. Guillermo II le contestó que su país se defendía de la potencia beligerante, Inglaterra, que debería ser aplastada.

En 1920 le fue confiada la Nunciatura Apostólica de Berlín. Lo previsto por la Santa Sede se realizó. La indigencia era mucha. Es conocida y bien documentada la actividad humanitaria de la Nunciatura y de su Nuncio Pacelli a favor de los necesitados y particularmente de los prisioneros de guerra.

Pasados diez años, el 7 de febrero de 1930, el Papa Pío XI le nombró Secretario de Estado. En el documento de nombramiento, escrito a mano por el Pontífice, Pío XI manifiesta los motivos que le llevaron a escoger a Pacelli: su espíritu de piedad y de oración, que no dejará de propiciarle abundante ayuda divina y también las cualidades y dotes que recibió de Dios. Especificaba después el buen trabajo desarrollado por el Nuncio Pacelli en Alemania.

Colaboró con Pío XI en la elaboración de varias encíclicas: la Nova impendet, sobre la gravedad de la crisis económica y la creciente carrera de armamento, y la Quadragesimo anno, sobre los derechos humanos, publicadas en 1931; la Dilectissima nobis, de 1933, dirigida a España; la Mit brennender Sorge (“Con ardiente preocupación”), condenando la ideología racista y pagana que se propagaba en el Reich alemán, la Divini Redemptoris, contra el comunismo ateo, y la Firmissimam constantiam, sobre las sangrientas persecuciones del laicismo masónico contra los católicos mexicanos.

Como legado pontificio actuó en tierras como Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Las Palmas de Gran Canaria y Barcelona, en 1934-35. Presidió las ceremonias en Lourdes, estuvo en Lisieux, París. En 1938 participó en el Congreso Eucarístico de Hungría. De resaltar es la visita a Estados Unidos de América y el encuentro allí con los obispos y con el presidente Roosevelt.

El día 2 de marzo de 1939, Eugenio Pacelli fue elegido Papa y tomó el nombre de Pío XII. Una semana antes de la invasión de Hitler a Polonia, el Papa hacía una fuerte llamada, usando las siguientes expresiones: “Suena una hora grave para la grande familia humana; hora de tremendas deliberaciones, de las cuales nuestro corazón no se puede desinteresar […] para conducir los ánimos a la paz. […] Es con la fuerza de la razón y no con la fuerza de las armas como se hace Justicia. Y los imperios no fundados en la Justicia no son bendecidos por Dios. La política emancipada de la moral traiciona a aquellos mismos que la quieren. Es inminente el peligro, pero estamos todavía a tiempo. La humanidad entera espera justicia, pan, libertad, no hierro que mata y destruye”. Y en su primera encíclica Summi Pontificatus definía la autoridad ilimitada del Estado como un “error pernicioso” no sólo para la vida interna de las naciones, sino también para las relaciones entre los pueblos, haciendo difícil la convivencia. En innumerables familias reina la muerte, la desolación y la miseria. El deber del amor cristiano, piedra fundamental del reino de Cristo, no es palabra vacía, sino realidad viva.

Durante el tiempo de la guerra, la caridad de la Iglesia católica fue gigantesca.

En 1940, en Times, Albert Einstein escribió: “Solamente la Iglesia ha osado oponerse a la campaña de Hitler de suprimir la verdad. Hasta ahora nunca he tenido un interés especial por la Iglesia, pero al día de hoy siento un gran afecto y admiración porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la fuerza constante de estar de la parte de la verdad intelectual y de la libertad moral”.

La labor de Pío XII y de su Cuerpo diplomático ha sido incansable a favor de la asistencia a los pobres, a los hambrientos, a los desaparecidos, a los que buscaban un hogar. Terminada la guerra en 1949, Pío XII se encontró con el comunismo que declaraba su ideología incompatible con la religión y con planes fuertemente preparados procuraba eliminar la religión, expulsando a los misioneros extranjeros, encarcelando obispos y sacerdotes, clausurando escuelas católica e iglesias. La política educativa era atea y materialista. Empezó por Rusia; se extendió por los países de la Unión Soviética hasta la China Popular. El Nuncio Apostólico tuvo que dejar Pekín en 1954.

Pero Pío XII brilla en la historia de la Iglesia sobre todo por su magisterio doctrinal. Ninguna cuestión de interés para sus contemporáneos quedó sin la palabra del Papa. Sus alocuciones, sus discursos, sus homilías, sus cartas encíclicas exponen en un lenguaje claro la doctrina de la Iglesia en materia de fe y costumbres y del derecho natural.

Entre los documentos más importantes pueden citarse Mystici Corporis, Divino afflante Spiritu, Mediator Dei, Sacramentum ordinis, Humani generis, Munificentissimus Deus, Sacra Virginitas, Haurietis aquas, Fidei donum. Pío XII muestra claramente la unidad de la Iglesia carismática con la Iglesia jurídica en una sola realidad, la Iglesia de Jesús, visible e invisible a un tiempo. Subraya la importancia de la piedad en la Iglesia, de la Eucaristía, de la oración, del culto a la Virgen y a los santos.

Su Santidad Benedicto XVI, hace diez días (9.XI.2008), en un discurso a los participantes en el congreso promovido por las Universidades Lateranense y Gregoriana sobre Pío XII, auspiciaba la reflexión sobre la “preciosa herencia dejada a la Iglesia por el inmortal Pontífice” Pío XII.

Continuemos esta celebración eucarística diciéndole al Señor que queremos corresponder cada vez mejor a sus designios sobre nuestra vida e implorando, por intercesión de la Santísima Virgen, el buen resultado del proceso de canonización del Papa Pío XII, que proclamó solemnemente el dogma de su Asunción en cuerpo y alma al cielo.



Manuel Monteiro de Castro
Arzobispo titular de Benevento
Nuncio Apostólico en España y Andorra

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